Cuando un hijo sufre la pérdida de uno de sus progenitores por suicidio, la cuestión de quién es el responsable de la horrible pérdida es crucial ya que se ponen en tela de juicio las motivaciones y acciones. Esa seguridad que tenía el niño de estar recibiendo protección se rompe, con lo que su sentimiento de confianza hacia las figuras con las que tiene más vínculo también se desestabiliza.

Eso provoca una desorganización del sentido de uno mismo.

Al hijo le puede venir una rabia interior fruto de la sensación de haber sido traicionado. Si su padre lo ha abandonado, ¿cómo podrá volver a confiar? Si se supone que nuestros padres tienen que estar siempre ahí, al hijo le cuesta entender que su padre haya decidido morir y dejarlo.

Si el hijo no ha podido comprender esa pérdida puede arrastrar sentimientos de culpa, o culpar al otro progenitor de forma consciente o inconsciente. Esa rabia y culpa la puede arrastrar durante años o toda la vida si no se elabora. El hijo puede acabar amargado, negativo, pesimista, hostil, agresivo… contra él y contra el mundo. Cualquier aspecto negativo le puede afectar más de lo normal, se puede tomar las críticas a pecho, con una gran carencia de autoestima.

Los niños suelen sentirse culpables de lo que les pasa a los adultos. Por ejemplo en un divorcio los niños piensan que ellos han hecho algo mal que hace que sus padres ya no se quieran. Los niños tienen una mente egocentrada, por su limitación de madurez tienen la sensación que el mundo gira alrededor suyo. Delante un suicidio, si no hay respuestas claras sobre el motivo, el niño puede hacerse suposiciones muy dañinas que le pueden romper el vínculo con el mundo. Es como si, para continuar viviendo, se produjera una desconexión entre el niño que existía antes del suicidio y la persona que emerge tras la pérdida.

Una vez la confianza está rota, el hijo que no elabora bien el trauma desarrolla un muro para protegerse del exterior, que ya no lo percibe como bueno ni justo. Se guarda las emociones y le cuesta expresar sus sentimientos y debilidades. Es un mecanismo de defensa. Si no confía en nadie, nadie le hará más daño. Pero ese mecanismo lo aísla de los demás y proyecta una imagen distorsionada a los demás. Esto provoca que gente lo perciba como frío, negativo, distante… y genera un pobre feedback, hecho que le baja aún más la autoestima.

A menor autoestima, más retraimiento, más hundimiento…

En una terapia uno de los elementos más importantes es la confianza entre el paciente y el terapeuta. Que la persona se sienta valorada y aceptada tal y como es, de forma incondicional, para que no necesite recurrir a su sistema de defensa.

En terapia se relata y se comprende el recuerdo del trauma así como el impacto emocional que ha generado durante los años siguientes hasta la actualidad. A menudo un suicidio es tratado como un tabú y es visto como una vergüenza de cara a la sociedad. Hay familias que nunca hablan de lo ocurrido y se vuelve un secreto que esconder. En terapia se habla abiertamente, sin miedo al juicio. Resulta importante pasar varias veces de la descripción de los hechos desde el punto de vista del niño traumatizado al del superviviente adulto que está resentido y enrabiado con los actos del progenitor muerto, para poder cambiar los significados, emociones y sensaciones experimentados a través del tiempo y de las situaciones.

Hay que tratar en terapia las emociones, expectativas, creencias, esperanzas, necesidades… e incluirlas en lo que el paciente explica sobre el trauma. Esto permite entender y aceptar plenamente la experiencia como parte de la historia vital. Es decir, es la integración del escenario de la acción (la descripción de lo que ocurrió) con la conciencia (pensamientos, sentimientos y significados en el momento en que ocurrió y en el presente).